sábado, 15 de marzo de 2014

Se fue - 269

Llegué de mi trabajo y me puse al tanto de todo en casa, para relevar a mi hijo que estaba cuidando a su madre mientras no estaba yo. Mi esposa estaba inconsciente en la cama como estaba hacía un par de días, respirando medianamente bien y con el pañal limpio. Como era la hora de su alimento, lo preparé y lo conecté previo pasaje por la misma sonda gástrica de un medicamento para cuidar su estómago.

No hubo ningún inconveniente con la alimentación, así que cerré la válvula, lavé los útiles y me dispuse a esperar un buen plazo para moverla sin que la fuese a afectarla el contenido del estómago. Verifiqué que su pañal no se había humedecido aún.

Estaba yo sentado leyendo un poco, pero ese libro largo ya no podía leerlo. No me podía concentrar con la respiración jadeante de mi esposa. Por suerte llegó el recambio de oxígeno y le coloqué la mascarilla. Parecía que estaba respirando a un ritmo más lento luego de un rato con oxígeno.

Cambié a un libro que me pareció más fácil de encarar. Se llama "El libro de los abrazos" de Galeano, y francamente lo comencé a leer por que consta de pequeñas secciones todas independientes y así puedo interrumpir la lectura sin pérdidas para el lector (yo).

Me quedé pensando cómo uno va perdiendo todo de a poco: Primero perdí la posibilidad de trabajar en mi taller por que demoraba mucho en volver si me necesitaban, más adelante perdí la posibilidad de trabajar en mi computadora por que me requería concentración, y ahora ya ni siquiera podía concentrarme en un libro de extensión mediana.

En fin, comencé la lectura y no sé por qué me pareció un poco tonto. Leí un poco más y encontré pasajes más interesantes. Después de todo no parece tan malo el libro, pensé. Seguí leyendo y encontré algunas hojas en las que me estremecí, y sentí una sensación extraña recorriendo toda mi espalda.

Comencé entonces a engancharme con el libro. Pasado un rato me levanto para ver si seguía seco o no el pañal, y voy hacia ella. Seco el pañal. Pero solo se escucha el burbujeo del gas en el agua y no la veo respirar. Comencé a buscar el pulso y nada. Salí corriendo a buscar el estetoscopio y tampoco pude oír nada. ¡Karina no respira! dije con visible perturbación a mi suegra y mis hijos que estaban allí cerca. Llamé por teléfono a la emergencia móvil e intenté masajear el corazón, pero no daba ningún resultado y sus labios se ponían amoratados.

Mi suegra dijo, "Ya está... tenía que ocurrir en algún momento".

No podía creer cómo se me fue sin darme cuenta... ¿O fue ese estremecimiento en parte un aviso?
Mis manos temblaban. No era como aquella vez en que se atoró con comida y saqué de su garganta la oclusión con mis dedos, decidido y sin temblores aunque ella ya se había puesto azul.

Creo que inconscientemente yo también esperaba este desenlace.

Así ha terminado su tratamiento como enferma terminal de Esclerosis Múltiple Progresiva.

Recordé la frase de un médico que junto al diagnóstico inicial, años antes, cuando ella caminaba bien con un bastón, le decía "...de esta enfermedad nadie se muere...". Ahora después de haber empeorado paulatinamente había pasado a ser un cuerpo sobre la cama, sin posibilidades de mover más que su mano y pierna derecha no sin dificultad, sin poder tragar, sin poder casi hablar, con dificultades para enfocar la vista...

Traté de recordar sus últimos estados de conciencia y solo me quedó fijo en la memoria una situación en que ella pocos días antes me miraba de manera extraña y me decía "¡Qué lindo que estás!" Creo que como hombre no estoy demasiado acostumbrado a los piropos, pero no era el piropo en sí lo que me dejaba sin palabras que responder que no fuese un "gracias", si no la sensación de que ella se sentía muy disminuida como persona. Recuerdo que el día siguiente me pidió que la sentase un poco en la silla de ruedas y no pude, por que sus piernas estaban ambas flácidas, así que por miedo a que se me cayese al piso la puse de vuelta en la cama y le dije: ¡No soy una grúa, no puedo levantarte sin colaboración tuya! Cuando estés un poco mejor te levanto.
Creo que solo conseguí deprimirla un poco más. Ese sentimiento de culpa lo tengo presente.

Ahora ella dejó de sufrir.

Años de vida en la misma casa, criando a nuestros hijos y luchando con una enfermedad cruel hacen que la tenga presente todo el tiempo.
Cada cosa en esta casa conserva un pequeño matiz, un pedazo de historia que puedo contar, desde las pinturas y manchas de las paredes hasta el más mínimo detalle. En esta casa se mezclan inseparables objetos míos y de mi esposa. Tanto como en la forma de ser de nuestros hijos se mezclan la mía y la de ella.

Decidí no recordar más todos esos desacuerdos que tuvimos, que para mi eran muy importantes y permanentemente me decían que no podía continuar con ella. Ocurre que por otra parte, la historia de mis hijos y mi historia se formó con ella como madre y esposa. De ninguna manera podía dejar abandonada a mi esposa en las condiciones en que estaba, indefensa ante el mundo, así que la cuidamos lo mejor que pudimos. Lo hicimos con cariño, que es la única manera de tratar a las personas que son parte de la familia o aún a los amigos.

Después de 24 años de convivencia, ya no puedo decir que en algún momento no voy a recordarla.
Su personalidad perdura en mi memoria y no se irá.

No sé cuánta vida me queda por vivir, pero debo comenzar de nuevo, y aún no sé como.
Al menos mis hijos, aunque estén afectados por toda esta vida de problemas, son jóvenes y recién comienzan sus vidas de adultos.

Ellos pudieron ver de cerca que la vida, ese delicado hilo, ese sutil equilibrio, es efímera y está sujeta a una marea de interacciones con el mundo que la pueden hacer zozobrar. Así que respetar la vida y vivirla lo mejor posible es la pieza de conocimiento que espero que se quede bien grabada en sus mentes y en sus corazones.


Nos leemos.

3 comentarios:

  1. Ese es el final que espera..a los enfermos con problemas degenerativos..dales fuerzas Dios mio..a ellos y a sus familiares.con todo mi corazón . . te lo pido

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias por tus buenos deseos, que la fuerza de voluntad es lo que a veces enflaquece.
      Siempre se está a la espera de una cura de último momento, pero a veces las enfermedades no tienen cura.
      Como me dijo una persona recientemente, en realidad más que enfermedades tenemos enfermos, que no son todos iguales. Unos sobrellevan bien los problemas y otros no.

      Borrar