Pues eso, que la palabra ocaso me suena un poco a algo diferente, que no por eso he de dejar de usar esta hermosa palabra, pero que no la voy a usar en este momento en particular.
El país donde vivo, Uruguay, tiene bastantes kilómetros de costa que dan hacia el sur en forma genérica, pero con todas las puntas que penetran en el Río de la Plata o en el Océano Atlántico mas hacia el este, se generan en los meses de buen clima donde puede disfrutarse la costa, lugares especiales desde donde se puede ver, cuando no hay muchas nubes en el horizonte, unos gloriosos atardeceres donde el sol se pone detrás de la línea recta del horizonte que nos da el mar contra el fondo del cielo. Es justo decir que el Río de la Plata no es un verdadero río, sino mas bien un estuario muy ancho que no deja ver el territorio de la otra orilla, así que la diferencia con el mar es ínfima a veces.
Los días claros y templados son fielmente elegidos por multitud de personas, que seleccionan un lugar y se acomodan como quien toma asiento en las butacas de una sala de teatro.
Ya sea una rambla cubierta de pasto, un muro o solo unas rocas, lo importante es la vista desde el lugar hacia el mar o el río.
Como en todo espectáculo, tenemos espectadores ocasionales y también de los otros, que conocen la obra de memoria, pero no dejan de verla una vez mas.
No hay edad para esta función. He visto parejas mostrando a su bebé el horizonte, así como ancianos y toda edad posible entre el nacimiento y el ocaso de una vida.
Pero lo que mas me llama la atención es un detalle.
Es muy popular la costumbre de aplaudir al finalizar una obra de teatro para regocijo de los actores y encargados de la producción, pero aquí aplaudimos el momento exacto en que bajo un silencio expectante y a una velocidad en aparente crecimiento, se oculta el sol tras el horizonte hasta que se desvanece el último de sus rayos de luz, quedando solamente el resplandor reinando en la atmósfera.
En realidad dije que aplaudimos aunque no es mi costumbre. Considero que en este caso el silencio que continúa durante la puesta en escena es crucial para la obra antes y después del desenlace, le da un tinte adicional, agudiza la percepción y por lo tanto hace mas disfrutable el acontecimiento.
Coincido con las parejas que toman la ocasión para un fuerte abrazo o un beso apasionado, mientras se contemplan ellos mismos bajo esa luz amarillenta y moribunda, como quien está a la luz de las velas, bajo las estrellas nacientes.
Aplaudimos a unos actores que no aprendieron el libreto y a una producción que no siempre nos limpia el cielo como queremos.
Quizá como regalo algún rayo verde u otro fenómeno exótico corone de excepción el espectáculo, pero la mayoría de la gente sigue aplaudiendo, no se a qué.
Puede que la explicación esté en la religiosidad del espectador, que a pasar de saber que observamos cuerpos celestes en movimiento, atribuyen a un ser supremo la obra y le aplauden en agradecimiento.
Nunca he juntado tanto entusiasmo infantil como para aplaudir, y sin embargo mis nervios se estremecen con el espectáculo, con la grandeza del universo que se manifiesta cada día en algo tan simple.
Prefiero compartir esa sensación mas íntimamente con la persona que quiero.
Sentir el roce de su piel junto a la brisa del mar, su respiración, el latir del corazón.
Hace poco me ha llegado un mensaje que decía, con amor y cierto ánimo travieso, "No se tú, pero yo no quiero perderte" y en letra mucho mas pequeña "amanecer a tu lado". Sin dudas un gran deseo, algo exquisito. Yo tampoco quiero perderte.
Y por algún motivo me hizo recordar que tras un amanecer hay también un anochecer para disfrutar.
Especialmente de a dos.
Nota: He tomado libremente imágenes de la red por que no parecen
tener derechos de autor. De estar equivocado no dudaré en ponerme en
contacto con los dueños de las imágenes para seguir con sus directivas
acerca de su uso en este blog.
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